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autor Escrito por Nohemi22
Visitante distinguido
Monday 23 de December de 2019 19:05

Y AHORA, HAGAMOS A LA MUJER

Compañeros y compañeras foristas y lectores. Les saludo desde la hermosa Capital coahuilense. Que aunque soy bastante creyente, mi tema no es religioso y si bien es cierto, no voy con ciertas partes de la Biblia y más siendo mujer. Me atrevo a escribir que la Biblia ataca duramente a las mujeres, digamos que es misógina.

La Biblia nos asegura que el Padre Eterno tuvo un día la singular idea de extraer una costilla del lado del hombre, de ensanchar esta costilla y de convertirla en mujer. Con gran asombro del padre Adán, que al despertar de su sueño no podía dar crédito a sus ojos; que esta mujer era hermosa, pura y encantadora, pero que era seguramente menos virtuosa que su marido, puesto que ella fue quien le indujo al pecado. Después, el Padre Eterno que estaba de vuelta de un paseo hecho por el Vergel (Génesis 3:8), se sentó bajo un árbol y cosió pieles de animales, dejados sin duda allí por un cazador (¿?), para construir dos vestidos para el uso de nuestros primeros padres. Me parece que nada de esto debe aceptarse al pie de la letra, pues todo ello no pasa de ser un bello simbolismo oriental. A propósito del origen de la mujer se encuentra la misma leyenda, con algunas variantes, en todas las tradiciones indias y orientales, y casi siempre, con esta opinión desfavorable sobre la primera mujer, sin cuya creación, dicen, el hombre habría vivido eternamente dichoso, en las puras delicias de un paraíso encantado, sin emociones, sin enfermedades y sin concupiscencias.

Pero realmente, los comentaristas antifeministas ¿no han ido un poco lejos en sus imprecaciones? He aquí cómo habla San Cipriano: ¡Lejos de nosotros esta peste, este contagio, esta seductora ruina! En su forma lleva el pecado, en su substancia ha tomado origen la necesidad de morir. Una unión con una mujer es causa de todos los crímenes, es el jugo envenenado de que se sirve el diablo para apoderarse de nuestras almas. Una unión con una mujer es una incongruidad. San Agustín dice: Es un gran problema el saber si en el juicio final las mujeres, resucitarán en su propio sexo, pues sería de temer que llegasen a tentarnos aun en presencia del mismo Dios. Y San Pedro: Cuando oigo hablar a una mujer, huyo de ella como de una serpiente que silba.

Moisés ya la trataba de impura, y condenaba a muerte al hombre que se acercase a ella en determinados momentos. El cristianismo ha dejado atrás al judaísmo. Y Santo Tomás declara que: La mujer, siendo un ser accidental e incompleto, no podía haber entrado en el primitivo plan de la creación. San Gregorio era de la misma opinión: Es más difícil de encontrar una mujer buena, dice, que un cuervo blanco. Y Salomón: La mujer es más amarga que la muerte. De cada mil hombres, he encontrado uno de bueno; pero ni una he encontrado entre todas las mujeres. Y Eurípides: Si es un Dios el que hizo la mujer, sepa este Dios, cualquiera que sea, que ha sido para el hombre, el funesto artista de un mal supremo. Y Cicerón: Sin las mujeres, los hombres habrían conversado con los dioses. Y Filón: La mujer no es más que el macho incompleto. Y Aristóteles: La naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede llegar a hacer hombres. Y Montesquieu: Las mujeres sólo tienen almas pequeñas. Y Moliere: “Ellas no valen ni lo que el diablo”. “La mujer es siempre una fecunda malicia”. “Es un sexo engendrado para condenación del mundo”. Tales son las opiniones emitidas sobre la mujer por eminentes y sagrados escritores. El mismo Bossuet la induce a humillarse en sus vanidades, y a recordarse de que después de todo uno es más que una costilla suplementaria.

Esto no es más que una pequeña reminiscencia, pues sería fácil reunir un abultado tomo en octavo de citas por el estilo. Nosotras hemos tenido aun la delicadeza de pasar en silencio el famoso concilio en que venerables padres de la Iglesia, aseguraron que no había en el cerebro de la mujer más alma que en la mano. En vano se objetaría que en cuanto se ha dicho, son hombres solamente los que hablan y no mujeres, pues esta objeción se desvanece por sí misma con sólo tener en cuenta cualquier mal que un hombre pueda pensar de las mujeres, no hay mujer que no le aventaje.

Lo que sí me parece algo extraño es que si a nuestro primer padre le extrajeron una costilla para crear a la mujer, siga teniendo las mismas costillas que nosotras las mujeres. Pero algo más asombroso es que las mujeres si tengamos una vértebra embrionaria más que el hombre, ya que éste ha perdido la cola de nuestros antecesores antropoides, por lo que nosotras hemos conservado más fielmente el rasgo de nuestro común origen con los simios.

Pero amigos lectores ¿Tendrían razón Moisés, San Agustín y Moliere? El ángel de belleza que admiramos en nuestros ensueños como tipo de la mujer salida de las manos de Dios ¿no sería en realidad, más que una vil miseria? que ¿no vale ni lo que el diablo? Pero leamos a los historiadores antiguos, acerca de las costumbres de la mujer natural. Los pueblos primitivos vivían en un estado singular de promiscuidad. Lejos de ser una institución fundamental y primitiva, el casamiento es de fecha relativamente reciente. Hoy la mujer lleva el nombre de su marido, editor responsable. Antiguamente las mujeres eran madres, sin preocuparse de los padres. El matriarcado ha precedido al patriarcado. Pero en aquellas sociedades existía evidentemente inferioridad en la mujer, que ella se ha preocupado en borrar, pues a ella es a quien particularmente es útil el matrimonio. La antigua África ofrece otros casos donde remaba el hetairismo. Tales son los nasamones, de quienes describe las costumbres Herodoto, cuyas mujeres presenta como parecidas a las de los mesagetes. Otro tanto dice de los anses habitantes de las orillas del lago Tritón, donde todas las mujeres son comunes. Multitud de autores describen las mismas costumbres entre los garamantos; Solín dice que ignoran el casamiento y que a todos les es permitido unirse a su voluntad. Pomoponio Mela afirma que nadie tiene esposa personal. Estrabón y Diodoro de Sicilia están de acuerdo en presentar a los trogloditas africanos como teniendo las mujeres en común, a excepción de los jefes, cuyas esposas deben ser respetadas; sin embargo, el castigo de un acto de violencia cometido contra las últimas no era muy grande, pues consistía solamente en la multa de un carnero. Sexto Empírico señala un pueblo de la India como viviendo en pleno hetairismo. Estrabón describe a los galactófagos de Scitia en igual sentido, y Nicolás de Damas dice del mismo pueblo: Tienen los bienes y las mujeres en común; así llaman padres a todos los hombres de alguna edad, hijos a todos los jóvenes y hermanos a todos los del mismo tiempo.

De todos es sabido que la mujer, en estado salvaje es más fea que el hombre y eso nadie lo refuta. Igual observación puede hacerse entre los monos, donde la gracia, la agilidad y la inteligencia se manifiestan en el sexo masculino con preferencia al femenino. Lo propio ocurre en todas las especies animales particularmente entre las aves, cuyos machos han recibido, como don de la bienhechora naturaleza, la seducción del canto y la riqueza del plumaje. Así, pues, ningún subterfugio bastaría para negar que la mujer ha conservado, tan bien como el hombre y mejor a menudo, los vestigios naturales de nuestro origen animal. Eva no ha deshojado las rosas del paraíso terrestre, como nuestros pintores nos la representan: 1º, porque no ha existido, y 2º, porque en el origen de la humanidad no había rosas, como no había las demás rosas cultivadas, lo mismo que el melocotón y la pera, que son producto del arte humano. Sin embargo, entre nosotras, a pesar de las imprecaciones de San Ignacio y de San Antonio ¿no es la mujer actual la obra maestra, de cuerpo y de espíritu más maravillosa que pueda imaginarse? ¡La infeliz primitiva se ha convertido en Cleopatra! Cualquiera que sea la especie antropoide de la cual descendamos, la hembra se ha convertido en mujer, el carbón se ha transformado en diamante, y la salvaje deforme y vellosa de los tiempos antropofágicos ha dado nacimiento a la Diana de Poitiers. Pues bien: la mujer debe esta enorme transformación solamente a ella misma, a la perseverancia de su dulce coquetería. La hija primitiva de la naturaleza ha comprendido que podía seducir al hombre por el encanto de su belleza, y dominarle con las múltiples atenciones de un delicado espíritu. Así ha protegido su cuerpo contra las injurias exteriores y contra la saciedad de los deseos y ha visto sus formas, tan rudas en el origen, embellecerse progresivamente, hacerse más sensible su epidermis y adquirir, de tono en tono, la blancura del lirio y la claridad de las rosas.

Continuaré con el tema y no sin antes enviarles un fuerte abrazo con motivo a estas fiestas navideñas. Saludos a algunos admiradores, que no he tenido tiempo de responderles.

¡FELIZ NAVIDAD!


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Hay 15 respuestas al foro

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